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jueves, junio 01, 2006

La “teoría de los dos demonios” y un poco de historia

Algunos malintencionados intentan disminuir las responsabilidades de las Fuerzas Armadas en su servicio a un proyecto político -el Partido Militar- que, en el siglo pasado, pretendió –y lo ha logrado en buena medida- una Argentina dependiente.
Para ello suelen recurrir a la llamada “teoría de los dos demonios”.
Por esta teoría, las Fuerzas Armadas no tuvieron otro remedio que recurrir a la extrema violencia del Terrorismo de Estado para derrotar al “terrorismo de la subversión comunista y apátrida”.
Analicemos, entonces, esta teoría.
Es cierto que, en la Argentina, algunas organizaciones de izquierda cometieron atentados, cuando adoptaron la lucha armada para lograr sus objetivos.
Y todavía está pendiente un debate profundo acerca del rol de esas organizaciones armadas y de las responsabilidades de algunos de sus líderes – no todos por cierto- que “salvaron el pellejo”, mientras enviaban a la tortura y a la muerte a miles de jóvenes honestos preocupados por la “entrega” de nuestro país.
Pero, si consultamos en cualquier diccionario la definición de terrorismo, hallaremos que terrorismo es una sucesión de acciones violentas dirigida contra la población civil para torcer la voluntad de un gobierno.
Y, desde esta perspectiva, el bombardeo a la Plaza de Mayo del 16 de Junio de 1955 fue el primer acto terrorista del último medio siglo, ejecutado por aviones militares contra civiles desarmados, para lograr el derrocamiento del gobierno legítimamente electo de Juan Domingo Perón.
Posteriormente, ese terrorismo se acrecentó con los fusilamientos del junio de 1956 y con la violenta represión contra los peronistas, a los que hasta se les prohibió cantar “la Marcha Peronista” y nombrar a Juan Perón, “el Tirano Prófugo”.
Luego, el terrorismo de las Fuerzas Armadas adquirió una mayor violencia cuando el general Juan Carlos Onganía derrocó al pacífico gobierno radical del presidente Arturo Humberto Illia, quien estaba haciendo un razonable buen gobierno y al que sólo podía objetársele el haber convalidado y ganado unas elecciones donde el Peronismo estaba formalmente proscrito por las Fuerzas Armadas.
Allí, con la violencia de la autodenominada "Revolución Argentina" del general Onganía, comenzaron a desarrollarse las organizaciones armadas tanto dentro del espectro peronista, con las FAP -Fuerzas Armadas Peronistas- y con los Montoneros y, dentro del espectro de la izquierda, con las FAR -Fuerzas Armadas Revolucionarias y el ERP -Ejército Revolucionario del Pueblo-.
Pero no hubo, antes del bombardeo a la Plaza de Mayo -ni lo hubo hasta muchísimo después- ningún accionar terrorista por parte de organizaciones armadas contra el Gobierno.
Por el contrario, mucha paciencia tuvo el pueblo argentino y, recién en mayo de 1969, la muerte de un estudiante en Corrientes, a causa de la represión policial, y de otro en Rosario, sumadas a las persecuciones a los trabajadores sindicalizados llevan al “Cordobazo”.
Fue el 29 de mayo de ese año cuando los obreros de las terminales automotrices de Córdoba, junto con los estudiantes, tomaron la ciudad y aparecieron francotiradores contra las fuerzas represivas que convirtieron al Barrio de Clínicas en el baluarte de los que luchaban contra la represión de la dictadura militar.
La represión del “Cordobazo” fue cruenta, con decenas de muertos y, posteriormente y en otras provincias, ocurrieron hechos parecidos como el “Rosariazo”, el “Tucumanazo” y el “Mendozazo”. El terrorismo de Onganía había tensado la cuerda hasta provocar la respuesta violenta de parte de la población a la injustificada violencia del Estado.

Por ello, aunque haya habido una indudable violencia de las organizaciones armadas arriba citadas, no puede aceptarse que haya existido “el demonio de la subversión” ya que el derecho a la legítima defensa es indiscutible ante la brutalidad que el Partido Militar ejerció contra el pueblo argentino.

Para finalizar este análisis, debe señalarse que el Partido Militar -brazo armado de los imperialismos de turno y que, hace unos días, se manifestó con una “patoteada” en la porteña Plaza San Martín- comenzó a perfilarse en septiembre de 1930.

En ese año, el general José Félix Uriburu derrocó al gobierno constitucional de Hipólito Irigoyen. Pero, jaqueado por la propia interna militar, debió ceder el poder en 1932 en unas elecciones fraudulentas que ganó el general Agustín P. Justo.

Luego, en 1943, las Fuerzas Armadas dieron otro golpe militar, esta vez contra el presidente Castillo y se quedaron en el poder hasta 1946, cuando lo devolvieron al pueblo que había votado a Juan Domingo Perón como presidente.

En 1955, una vez más, las Fuerzas Armadas interrumpen la vida institucional derrocando al Presidente Perón y retuvieron el poder hasta 1958, cuando permitieron elecciones condicionadas por la proscripción del peronismo, ganadas por Arturo Frondizi.

En 1962, los militares intervinieron nuevamente, deponiendo al presidente Frondizi y colocando como presidente títere a José María Guido, senador por Río Negro y presidente provisional del Senado hasta que, en 1963, permitieron elecciones reiterando la proscripción del Peronismo, las que fueron ganadas, como ya se dijo, por el radical Arturo Illia.

Pero las Fuerzas Armadas le permitieron a Illia gobernar sólo tres años, cuando fue derrocado por el General Onganía el 28 de Junio de 1966.
De esta manera, los militares, con las sucesivas “presidencias inconstitucionales” de los generales Onganía, Levingston y Lanusse, retuvieron el poder hasta 1973, cuando se vieron obligados a dar elecciones, sin poder proscribir al Peronismo, aunque mantuvieron la proscripción de su líder, el general Perón.

Esas elecciones las ganó Héctor Cámpora, quien renunció el mismo año –junto con su vicepresidente Vicente Solano Lima y el presidente provisional de Senado, Díaz Bialet- siendo sucedido por Raul Lastiri, presidente de la Cámara de Diputados.
El Presidente Lastiri convocó de inmediato a elecciones presidenciales para el 23 de septiembre de 1973, las que fueron ganadas con el 61,68% de los votos por la fórmula Perón-Perón, integrada por el Gral. Perón y su esposa María Estela Martínez.

En 1976, el Partido Militar vuelve a interrumpir la vida institucional del país, instaurando la sangrienta dictadura militar autodenominada “Proceso de Reorganización Nacional” que, con Martínez de Hoz como ministro de Economía, “reorganizó” la destrucción de la economía argentina.
Esta dictadura militar, que hoy intenta justificar sus crímenes con la “teoría de los dos demonios” se quedó en el poder hasta 1983 bajo las “presidencias inconstitucionales” de los generales Jorge R. Videla, Roberto E. Viola, Leopoldo F. Galtieri y Reynaldo B. Bignone y, aún después, intentó retomar el control de la Argentina con los fracasados golpes militares de Aldo Rico y de Mohamed Alí Seineldín.

Por ello... en nuestro país no hubo “dos demonios” sino uno sólo, el “Demonio del Partido Militar”, el único que, realmente, fue terrorista y subversivo del orden constitucional en el siglo pasado y que, no escarmentado, sigue pretendiendo justificar todos sus atropellos a las leyes y las instituciones.