El mundo esta loco loco loco

miércoles, julio 19, 2006

La AMIA, Colonia, Hamburgo, Dresden, Hiroshima y Nagasaki

Creo que a nadie le cabe duda de que la mayoría de los habitantes de Colonia, Hamburgo y Dresden, sometidas a terribles bombardeos masivos durante la segunda guerra mundial, no eran criminales de guerra nazis.

Tampoco creo que los miles de civiles japoneses, evaporados en las explosiones atómicas de Hiroshima y Nagasaki, fueran genocidas.

Y, aún, es muy posible que entre esos cientos de miles de muertos hubiera muchos que combatían al nazismo y al expansionismo japonés en el Pacífico.

Pero es evidente que atacar a quienes constituían el apoyo moral de quienes sí eran espantosos genocidas, pareció ser la única manera de detener esa guerra que ambas naciones habían iniciado y de la que sus habitantes se hubieran beneficiado extraordinariamente de haber resultado vencedores en ella.

De la misma manera, nadie puede dudar de que las víctimas de la AMIA no eran responsables de los crímenes de guerra ni del genocidio que el Estado de Israel llevaba contra el pueblo palestino y que, ahora, lleva contra el pueblo del Líbano.

Pero la terrible lógica de la guerra dice que en una guerra no hay inocentes.

Y por ello, aun cuando los judíos de la AMIA no hayan deseado el sufrimiento de los palestinos, resultaron cautivos del sionismo que expresa el Estado de Israel y sus gobernantes.

Y, en esa lógica repugnante de la violencia, no fueron considerados inocentes por una de las partes beligerantes y, así, fueron asesinados en la voladura de la AMIA, en la que, además, también murieron otros argentinos no judíos, que fueron víctimas circunstanciales de esa explosión.

Sobre esto deberían meditar los judíos de nuestro país que planean una manifestación apoyando al Estado de Israel y exigiendo al Gobierno Nacional la ruptura de relaciones con Irán, por ser el apoyo más evidente del Hezbollah

Porque, de esta manera, están debilitando a aquellos que consideramos que esa voladura fue una masacre de inocentes y empujándonos a que, no sólo apoyemos al pueblo palestino y al gobierno del Libano, sino a que exijamos que el Gobierno Nacional rompa relaciones con Estados Unidos, por ser el apoyo más evidente del gobierno de Israel.

Así, la escalada bélica se hará más y más inevitable y los judíos argentinos no podrán alegar su inocencia en los crímenes de guerra cometidos por Israel y que fueron indirectamente reconocidos por el mismo Estado Judío, después del 25 de Septiembre de 1982, cuando unos 400.000 judíos se manifestaron en Tel Aviv, protestando por las masacres de Sabra y Chatila, donde Cristianos Falangistas libaneses, con la complicidad de las Fuerzas Armadas de Israel, asesinaron a miles de refugiados palestinos en esos campos de refugiados.

Luego de esa manifestación, convocada por el movimiento pacifista Shalom Ahshav, el gobierno de Menahem Beguin se vio obligado a encomendar al Tribunal Supremo de Israel una investigación exhaustiva que finalizó en 1983, dictaminando que, aunque los autores materiales de los asesinatos eran los Cristianos Falangistas, debía objetarse la indiferencia de los mandos militares israelíes que controlaban la zona, definió como negligencia grave la conducta del jefe del Estado Mayor israelí y aconsejó la dimisión del entonces ministro de Defensa de Israel, Ariel Sharon.

Por tal razón, los argentinos podremos responsabilizar a los judíos que apoyan a Israel por las muertes de aquellos no judíos que ocurrieron durante la voladura de la AMIA y que puedan ocurrir en otros atentados en el futuro.

Porque no es contrario a la repugnante lógica de la guerra que los beligerantes sin armas ni medios para oponerse al Estado de Israel -uno de los estados con fuerzas armadas más poderosas de la tierra- decidan atacar a establecimientos judíos fuera de las fronteras de Israel, como ya lo hicieron con las voladuras de la Embajada y de la AMIA.

Y, dado que muchos judíos argentinos, de buena fe y sin saber que estaban ayudando a la expulsión de los palestinos de su tierra, se han ido a vivir a Israel, no es ilógico que algunos combatientes de Medio Oriente consideren que los judíos argentinos tienen la misma responsabilidad en su sufrimiento actual que la responsabilidad de la población civil de Colonia, Hamburgo, Dresden, Hiroshima y Nagasaki en el sufrimiento de millones de seres humanos víctimas del Nazismo y del Imperio del Sol Naciente.

Esta exigencia de judíos argentinos para que nuestro gobierno apoye al Estado de Israel, además de objetivamente injusta, involucra a nuestro país en una guerra ajena y arriesga la vida de aquellos habitantes de nuestro país que pudieran tener la mala fortuna de quedar en medio de un eventual fuego cruzado entre combatientes musulmanes e israelíes y debe ser rechazada con firmeza por el Presidente Kirchner.

lunes, julio 17, 2006

La AMIA... ¿conoce la palabra compasión?

Muchos argentinos nos habíamos compadecido y nos seguimos compadeciendo con las víctimas de la AMIA -Asociación Mutual Israelita Argentina- y habíamos apoyado y seguimos apoyando todas las justas denuncias de las organizaciones que involucran a los sobrevivientes y familiares de esas víctimas, después del salvaje atentado que dejó 85 muertos y más de 300 heridos, judíos y no judíos.

Ellos reclaman con razón por una justicia que, al retardarse tanto, no es justicia y por las sospechas de la connivencia de los diversos poderes del Estado en ese crimen, que convierten a todo ese proceso en una burla sangrienta.

Pero no veo que los judíos de la AMIA, víctimas inocentes de esa violencia terrorista, soliciten al Estado de Israel que deje de victimizar a los habitantes del Líbano.

Porque el Líbano era, antes de 1970, un estado modelo al que algunos llamaban “La Suiza del Medio Oriente”, por su desarrollo económico y, sobre todo, por un sistema bancario en el que las principales entidades bancarias del mundo atendían desde Beirut a las necesidades comerciales y financieras de los estados árabes en la región.

De esa manera, el sistema bancario de Beirut, junto con el turismo, el comercio y otros servicios, producían el 70% del PBI de dicho país.

Esto era posible porque las diferentes comunidades confesionales del Líbano, compuestas en orden decreciente de importancia por Chiitas, Maronitas, Sunníes, Griegos ortodoxos, Griegos católicos y Drusos, habían forjado un delicado equilibrio basado en una convivencia armónica.

Pero, luego de la expulsión de las organizaciones palestinas de Jordania, en septiembre de 1970, estas organizaciones se trasladaron al Líbano, no por el deseo de los libaneses, sino porque ese país era militarmente débil y no podía evitar esa invasión de refugiados que pronto comenzaron a actuar y que provocaron, rápidamente, la ruptura de ese frágil equilibrio confesional y político.

Esto llevó a que estallara una guerra civil en 1975 y a que Siria interviniera en ella en 1976, reduciendo la soberanía libanesa a la nada y desintegrando al país en diversas zonas ocupadas por Siria, por Palestinos, por Cristianos falangistas y por la ONU.

Posteriormente, en 1982, Israel invadió el Líbano y llegó hasta Beirut, ocupando militarmente casi la mitad de dicho estado, quedando el resto del país dividido en dos grandes zonas ocupadas, respectivamente, por Siria y por Cristianos falangistas.

Así se consumó la tragedia.

La “Suiza de Medio Oriente” se había hecho pedazos y, vuelvo a insistir, no por el deseo de sus habitantes, sino por las consecuencias de la violenta expulsión de los palestinos de Jordania, llevada a cabo por Israel y que produjo una diáspora estimada en 2 millones de palestinos.

Es por ello que me sorprende el silencio de las víctimas de la AMIA, de sus familiares y de las organizaciones que los representan.

Parece que no están interesados en una Justicia con mayúsculas, que defienda a todas las víctimas inocentes en todo el mundo, sino, únicamente, en una venganza contra los criminales responsables de la salvajada de la AMIA.

Parece que, a estas víctimas, a sus familiares y a las organizaciones conexas no les preocupa la injusticia mucho mayor y la muerte de decenas de miles de libaneses – muchos más que los que tuvo el atentado de la AMIA- a consecuencia de las políticas nazis llevadas a cabo por el Estado de Israel en Palestina y, luego, en el propio Líbano.

Parece que, a todos ellos, no les preocupa la injusticia que, en estos momentos, está cometiendo Israel, atacando nuevamente al Líbano y destruyendo la precaria reconstrucción de esa nación, lograda en los últimos años.

Parece que a los judíos de la AMIA no les preocupa que el Líbano, como estado, nunca haya agredido a Israel y que los agresores que partían desde dicho país estaban asentados allí porque habían sido expulsados de su tierra por la violencia israelí.

Gracias a Israel, hoy se usa la frase “libanizar un país” como manera de referirse a la destrucción de ese país por la conducta de potencias extranjeras, tal como, antes, se hablaba de “balcanizar” una región, por las políticas de las potencias imperiales que llevaron a esa zona de Europa la muerte y la destrucción, mientras dirimían sus ambiciones de poder.

Pienso que los judíos de la AMIA, a un día de que se cumplan 12 años de esa masacre, deberían, ya, haber aprendido del pueblo argentino que la compasión es una de las mejores virtudes de la humanidad.

Afortunadamente, hay muchos otros judíos en nuestro país y, aún, en el mismo Israel, que rechazan la violencia del Estado Israelí en Medio Oriente.

Ellos son la prueba de que la compasión es posible, aún después de haber sufrido tanto con el nazismo.

domingo, julio 09, 2006

¿... El único error de Hitler fue no haber exterminado a todos los judíos...?

Objetar esta frase atroz y obscena me significó perder para siempre al cliente que la había pronunciado, cuando le dije, sin eufemismos, que era un "hijo de puta".

Pero, ahora, muchos años después de ese altercado y aunque sigo pensando de la misma manera, esas palabras vuelven una y otra vez a mi memoria, cuando veo la conducta de una inmensa mayoría de aquellos judíos europeos -o de sus descendientes- que escaparon a las masacres nazis, a las masacres realizadas por Polonia y Rusia y que no fueron atrapados en la Shoah por la colaboración de otros países europeos como Austria y Francia.

Estos israelíes de hoy, junto a otros cientos de miles de judíos en todo el mundo, aprueban la Al Nakbah contra el pueblo palestino y se comportan como se comportaron los nazis, llegando al extremo de levantar un muro en Palestina, muy parecido a los muros que rodeaban el gueto de Varsovia, donde se confinó a los judíos de esa ciudad para luego mandarlos a los campos de la muerte.

Cierto es que no todos los israelíes se comportan como nazis y que hay algunos -a los que se llama “refusenik”- que desobedecen el llamado a formar parte de las fuerzas armadas de Israel, por considerar que no son un ejército defensivo para el pueblo judío sino una repugnante arma de exterminio, usada contra el pueblo palestino.

Estos “refusenik” -una palabra de origen ruso, en realidad, que aludía a aquellos rusos a los que se les prohibía salir de la Unión Soviética y que hoy es adoptada por los jóvenes israelíes objetores de conciencia- son encarcelados durante muchos meses y después condenados a prisión por negarse a hacer el servicio militar.

También es cierto que hay un creciente movimiento laico y no violento dentro de Israel que se opone a la ocupación de Palestina y que rechaza la construcción de “Muro” que pretende convertir a Palestina en un guetto.

Y que, en todo el mundo, hay judíos lúcidos que saben que esta espiral de violencia desatada por el gobierno de Israel, si no es detenida, sólo puede terminar, más tarde o más temprano, en una nueva Shoah.

Algunos de estos judíos han organizado, por ejemplo, el movimiento Yesh Gvul, para “adoptar a quien se niega a matar”, sosteniendo moral y materialmente a aquellos objetores de conciencia y a sus familias.

Pero ello no es suficiente ya que, a la hora de los votos, una mayoría de israelíes acepta que el pueblo judío, víctima de la barbarie nazi, copie hoy esos procedimientos y se comporte como un estado genocida.

En esto, los israelíes no se diferencian mucho, no sólo de los nazis, sino, tampoco, de los turcos que masacraron al pueblo armenio y que siguen persiguiendo a los kurdos.

Tampoco se diferencian de los japoneses que, en China y Korea hicieron lo suyo.

Y, asimismo, no se diferencian mucho de aquellas potencias mundiales que colonizaron América y África exterminando y esclavizando a millones de sus habitantes.

Para terminar... Sé perfectamente que Palestina no es Auschwitz...

Pero hoy tenemos derecho a preguntarnos si ello se debe a que queda un resto de decencia en el gobierno del Estado de Israel, o si se debe a que los israelíes no tienen la suficiente cantidad de tropas y de personal para “convertir a todo el pueblo palestino en humo grasiento”, como lo hizo la maquinaria nazi de exterminio con los judíos en los hornos crematorios de Auschwitz.

Porque parecería que, hoy, muchos israelíes piensan como ese cliente nazi que tuve.

Parece que esos israelíes piensan que el único error del Estado de Israel fue no haber eliminado a todos los palestinos en la Guerra de los 6 días y no haber hecho de todo el Líbano una gran matanza, como las de los campos de refugiados de Sabra y Chatila.

Y por ello, hoy, las fuerzas armadas israelíes asesinan, sin asco, a mujeres y niños y maltratan a muchos niños palestinos en las prisiones israelíes, intentado corregir ese “¿único error del Estado de Israel?”.

jueves, julio 06, 2006

Presupuesto Nacional Argentino... ¿Ley de Leyes?

Muchos funcionarios defienden el proyecto de ley que, de ser aprobado, permitirá al Jefe de Gabinete modificar las asignaciones de partidas del presupuesto nacional, de manera permanente y sin consulta alguna al Congreso Nacional.

Y la población en general no comprende la gravedad institucional de esto.

Porque los especialistas en derecho constitucional definen al Presupuesto Nacional como “la ley de leyes”.

Esto es así, porque importan muy poco las leyes que sancione el Congreso de la Nación si, a la hora de ser implementadas, no cuentan con las partidas correspondientes dentro del presupuesto de gastos que, todos los años, debe aprobar ese cuerpo legislativo.

Para dar un ejemplo sencillo... Es inútil sancionar una ley para combatir el SIDA si, al mismo tiempo, no se prevén los fondos necesarios para su ejecución, dentro de las partidas correspondientes al Ministerio de Salud y al Ministerio de Educación.

De igual manera, es una mera declaración de buena voluntad sancionar una ley ordenando mejoras en los salarios de los docentes si, al mismo tiempo, no se anticipan esas erogaciones al sancionar la ley anual del presupuesto nacional.

Queda claro, entonces, que la Ley del Presupuesto Nacional es la ley que permite o impide que las otras leyes puedan ser ejecutadas y, por ello, es que se la llama, también, “la ley de leyes”.

Con esta propuesta del Poder Ejecutivo Nacional, el Congreso de la Nación se transformará en una sala de teatro donde se pondrá en escena una carísima obra de ficción donde sus actores, los diputados y senadores, fingirán estar preocupados por determinados problemas del país y sancionarán leyes que, presumiblemente, deberían atender a la solución de esos problemas.

Pero, si se aprueba esta ley, el Jefe de Gabinete podrá, a su antojo y sin pedir autorización al Congreso, cambiar el destino de las partidas aprobadas por dicha ley y destinadas al cumplimiento de otras leyes específicas.

De esta manera, no importará cuantas leyes haya sancionado el Poder Legislativo Nacional ni qué fondos haya previsto para su cumplimiento, porque la puesta en práctica de estas leyes quedarán supeditadas a la voluntad del Jefe de Gabinete, quien podrá desfinanciar un área del Estado para asignar esos montos a otras áreas que considere más convenientes.

Nótese que no estoy acusando de mala fe o de presunta corrupción a los funcionarios involucrados en forzar la sanción de esta ley.

Sólo estoy señalando que, de esta manera, dejaremos de ser una república donde los representantes del pueblo, es decir el Congreso Nacional, son quienes deciden el destino de los dineros del Estado Nacional.

Porque, por este proyecto de ley, se transformará en una ficción el Art. 75, Inc. 18 del la Constitución Nacional que dice que es atribución del Congreso: “Fijar anualmente... ... el presupuesto general de gastos y cálculo de recursos de la administración nacional, en base al programa general de gobierno y al plan de inversiones públicas y aprobar o desechar la cuenta de inversión.”.

Esto es así, porque lo que pudieran fijar por la Ley del Presupuesto los senadores y diputados será, en realidad, “papel mojado”, ya que todo eso podrá ser modificado a gusto del Jefe de Gabinete, que es lo mismo que decir “a gusto del Presidente Kirchner”.

Y, por la misma razón, el Congreso deberá “aprobar la cuenta de inversión”, sin discusión posible, salvo que se trate de un grosero caso de malversación de fondos o de peculado.

De esta manera, los resortes de la economía argentina pasarán del Congreso al Poder Ejecutivo y, nos habremos transformado, en los hechos en una dictadura al mejor estilo latinoamericano, donde los dictadores eran electos y reelectos, todas las veces que lo deseaban, y hacían y deshacían a su antojo porque contaban con el manejo discrecional de “la caja del Estado”.

Aprobada esta ley, el Congreso será, en realidad, “un teatro” donde sus “actores”, los representantes del pueblo, representarán todos los días una ficción republicana, es decir que fingirán que controlan al Ejecutivo, aún cuando ésto sea falso.

Porque, en los hechos, no podrá haber ningún control de las posibles discrecionalidades del Poder Ejecutivo por esta delegación de poderes a perpetuidad a los que la oposición política define, adecuadamente, como “superpoderes”.

Nótese que, en ningún momento, he supuesto una voluntad de corrupción en todo esto, pese a que, a la luz de la historia de Kirchner, es perfectamente factible.

Porque la discrecionalidad es una característica de nuestro presidente, lo que queda demostrado en el oscuro manejo de los fondos de la Provincia de Santa Cruz, cuyo destino total aún es incierto.

Y porque el Presidente ha colocado en un vital cargo, en la Sindicatura general de la Nación a una funcionaria, la Dra. Alexandra Minnicelli, que, oh casualidad, es esposa del ministro Julio De Vido, el más controvertido del gabinete ministerial, que maneja una porción importante del presupuesto de la Nación y a quien la diputada Elisa Carrió ha acusado reiteradamente como “el cajero de Kirchner”.

Para que se entienda la desprolijidad de esta designación cabe aclarar que, en el año 2003, el Director de Investigaciones en el ejercicio de las funciones de Fiscal de Control Administrativo de la Oficina Anticorrupción, le ordenó a la Dra. Alessandra Minnicelli que se abstenga de “... intervenir en todos todas aquellas cuestiones o temas concernientes al Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios a los efectos de aventar posibles influencias que pudieran afectar la objetividad de sus decisiones, debiendo delegar – para tales supuestos- el ejercicio regular de su cargo en la Sindicatura General de la Nación...”.

Hoy, los argentinos se quejan por las innumerables leyes que aprobó el Congreso desde que volvió la democracia y que llevaron a la Argentina a la crisis que hizo caer al gobierno de De la Rua.

Por supuesto, en ese momento, pocos advertían lo peligrosas que eran esas normas como, hoy, pocos advierten las consecuencias de este proyecto de ley que marcará el futuro de la Argentina y por el que, más adelante, otros argentinos deberán quejarse amargamente.

Y, como muestra de ello, están las palabras del Jefe de Gabinete quien sugiere “que hay que blanquear definitivamente la situación” y legalizar esta transferencia de atribuciones del Poder Legislativo al Poder Ejecutivo, añadiendo que las leyes no pueden ir contra esta realidad consistente en el avasallamiento del Congreso, consentido por los diputados y senadores, sin tener en cuenta el daño que hacen al país.

Con ese criterio, la ley no debería ir contra los violadores y debería aceptarse la realidad de que ellos existen y tolerárselos, sin tener en cuenta el daño que hacen a otras personas.

Es por ello que, si siguen estas “mañas kirchneristas” la Argentina se parecerá, cada vez más, a una republiqueta bananera como lo fue la Nicaragua de “Tachito” Somoza o el Paraguay de Alfredo Stroessner, donde, tras la ficción de una república –porque habían sido reelectos a repetición- había una dictadura desembozada.

Para finalizar, debería analizarse si esta norma no cae bajo la figura de “traición a la patria” prevista por el Art. 29 de la Constitución Nacional por la que “El Congreso no puede conceder al Ejecutivo Nacional. facultades extraordinarias... ...por las que la vida, el honor o la fortuna de los argentinos quede a merced de persona alguna. Actos de esta naturaleza llevan consigo una nulidad insanable, y sujetarán a los que los formulen, consientan o firmen, a la responsabilidad y pena de los infames traidores a la patria”.