No son israelíes… son “eiopíes”.
En estos días, muchísimos hombres y mujeres de buen corazón conmemoran y lamentan la Naqba que aflige a millones de palestinos expulsados de sus tierras y a quienes una legislación discriminatoria les prohíbe el retorno a sus hogares mientras que, por el contrario, esa misma legislación concede la ciudadanía automática a cualquier judío que quiera radicarse en Palestina, aunque sea un converso reciente y nunca haya tenido nada que ver con el judaísmo ni con Palestina.
Por ello me parece importante reflexionar sobre el hecho de que el lenguaje y el uso de determinadas palabras contribuyen, subrepticiamente, a legitimar el poder en determinadas circunstancias, ya que esas palabras, aceptadas de una manera acrítica, generalizan -para los victimarios y para las víctimas- ciertas maneras de pensar cuyo objeto es fabricar un imaginario social que facilite la dominación por medio de una especie de homogenización lingüística.
De tal manera, me parece que debería analizarse la conveniencia de que aquellos que defendemos -como podemos y desde donde podemos- los derechos de los palestinos a su tierra, dejemos de usar la palabra Israel y usemos una palabra más adecuada para referirnos a quienes invadieron y ocupan Palestina.
Y, para ello, tomaré el ejemplo de mi país, la Argentina, que nunca ha aceptado que a las Islas Malvinas se las llame Falklands -de acuerdo a la terminología usada por el invasor y ocupante británico- y exige siempre que en la Argentina -y en los pueblos del mundo amigos de la Argentina- se llame a esas tierras Islas Malvinas o que, por lo menos, se las denomine con el doble nombre de Malvinas y Falkland.
En mi opinión, Israel no existe y sólo es un invento de una ideología, la sionista, que tomó lo peor del judaísmo de hace miles de años para perpetuarlo, ahora, a costa de los pacíficos habitantes de Palestina.
Según narra la Biblia -en el Segundo Libro de Samuel- el rey hebreo David robó la fortaleza de Sión a los Jebuseos, la rebautizó Ciudad de David y hoy es conocida como Jerusalén.
Y, hoy, los invasores y ocupantes de Palestina han vuelto a robar la Ciudad Santa a sus pacíficos habitantes en la que vivieron por siglos -en sus respectivos barrios y en paz, musulmanes, cristianos, armenios y judíos, todos ellos al lado de la Colina de Moria, en la ciudad vieja de Jerusalén.
También en la Biblia -Libro del Éxodo- se cuenta que Moisés logró la libertad del pueblo hebreo por medio de una serie de actos de actos de terrorismo que culminaron en la matanza selectiva de los primogénitos de los habitantes de Egipto sin respetar, ni siquiera, a los primogénitos del ganado.
Y, hoy, esos invasores y ocupantes de Palestina reiteran esos repugnantes actos de terrorismo sin que se salven, ya no los seres humanos o el ganado, sino hasta los ancestrales olivares de las tierras de Canaán que son metódicamente destruidos por los invasores.
Es falso, de toda falsedad, que el pueblo judío hubiera sido obligado a vivir en la Diaspora durante casi 20 siglos.
Ya que, desde el siglo V -cuando los musulmanes expulsaron de Palestina al Imperio Bizantino- los judíos tuvieron las puertas de la Ciudad Santa abiertas para ellos porque, según las instrucciones del Profeta Muhammad, eran “gente del Libro” y debían ser respetados.
Sin embargo, en los 15 siglos de esa “supuesta obligada Diáspora” y pese a que eran perseguidos en toda Europa, una inmensa mayoría de judíos jamás quiso migrar a la que hoy llaman “La Tierra Prometida”.
Y, como la violencia antijudía de la Europa Central se volvía frecuentemente insoportable en esos 15 siglos, aquellos judíos europeos preferían migrar a Turquía o a los Balcanes. Pero muy pocos de ellos lo hicieron hacia Palestina, pese a que el judaísmo sabía perfectamente que las oleadas de judíos que habían ido migrando hacia Palestina -desde la Edad Media y durante siglos- no habían tenido ningún obstáculo institucional por parte de los musulmanes para hacerlo.
Por todo ello pienso que aquellos que apoyamos la lucha del pueblo palestino por su tierra y por sus derechos no debemos aceptar que se use el bíblico y respetable nombre de Israel (que significa “el que lucha con Dios”- Génesis 32:28-30), para denominar a ese “Engendro de los Sionistas” y, en cambio, sugiero llamarlo por algún nombre que mejor defina las conductas de quienes han creado ese “monstruo”.
Es decir, propongo que a la Palestina Invadida y Ocupada le demos el nombre de E.I.O.P., es decir ESTADO INVASOR Y OCUPANTE DE PALESTINA y que a sus habitantes los llamemos Eiopíes, hasta que alguna persona más creativa encuentre un mejor nombre para describir a estos “nazis judíos”, como los llamaba el autor religioso judío Moshe Menuhim quien escribió: “…mi religión es el judaísmo profético y no el judaísmo-napalm. Los nacionalistas ‘judíos’, el nuevo tipo de guerreros ‘judíos’ no son judíos, sino nazis ‘judíos’ que han perdido todo el sentido de la moralidad y la humanidad judías (…) Los nacionalistas ‘judíos’ son nazis ‘judíos’ y yo siento vergüenza de que me identifiquen con ellos y con sus causas herejes”.